Cómo hacernos los de la vista gorda frente a una situación tan real en Colombia.

Cómo no comprender desde hace mucho que la economía del país es tan frágil para muchas familias, incluso aparentemente privilegiadas, que hoy en día el territorio nacional se enfrenta a los retos que trae consigo esta cuarentena.

En Santa Fe de Antioquia la cuestión es aún más compleja por las dos actividades económicas principales que sustentan a las familias, el café y el turismo, que si bien han tenido transformaciones importantes, han mantenido la mirada de las posibilidades permanentemente en el afuera, en la persona oriunda de Medellín o de algún otro lugar de Antioquia, de Colombia o del mundo, que viene a pasar el fin de semana en este clima calientito, a darse una vuelta por el asombroso Puente de Occidente o a caminar por las coloniales calles del centro histórico; así, para quienes vienen de afuera a pasar unos días, Santa Fe de Antioquia es un paraíso terrenal, y la verdad es que lo es; sin embargo, nuestra querida ciudad madre, es un lugar donde muchas de las familias tienen el hambre como pan de cada día, incluso desde antes de la pandemia.

Pero no es momento de quejas o lágrimas, es momento de solidaridad y de búsqueda de soluciones, es el momento de pararnos desde otros lugares, de caminar distinto, de sembrar nuevas semillas para obtener nuevos frutos.

Y qué tal si miramos nuevamente en lo local? Antes de la globalización y de la interconectividad que existe hoy día en Santa Fe de Antioquia, la economía local sostenía los hogares. En tiempos antiguos, en los que no habían los vehículos que transportan mercancías, o bolsa de valores que especulando con los costos de todo, o comercio en línea; en tiempos en los que no conocíamos ni dependíamos del valor del dólar, en los que no sabíamos nada sobre el presidente de Estados Unidos o el nuevo cantante inglés, las personas compraban leche en botellas de vidrio que era extraída de la vaca a muy tempranas horas de la mañana por manos campesinas que después la llevaban a domicilio; la vida ha cambiado mucho, la leche ya viene en cajas desechables y tiene un sinfín de apellidos.

Mas, de un momento a otro, la vida volvió a cambiar, no de manera tan pausada y serena como lo hizo hasta llegar a la caja de leche con sus apellidos. Llego un virus diminuto y nos está invitando a replantear el modo en que consumimos, el modo en que trabajamos, el modo en que nos relacionamos, el modo en que vivimos. Llegó el momento de volver a hacer helados de banano con azúcar, de coco y de leche con bocadillo, y de poner el letrero en la puerta para ofertarlos; llegó el momento de volver a comprar leche no procesada, de consumir queso campesino, kumis artesanal y pulpa de tamarindo para el jugo del almuerzo; de volver a comer las frutas y verduras de nuestra tierra, las arepitas y el tamal de la vecina; así, dinamizando la economía local, encontraremos formas de mantener circulando el dinero que por la ley de la solidaridad pasará de mis manos a las de mi vecinx y después volverá a las mías. A comprar local, a apoyarnos entre nosotros, a invertir nuestro dinero en el bienestar social y económico de quienes nos rodean, a consumir lo nuestro.